Por Matías De Brasi + Mariana Perez Britos + Pablot.
Foto: Andrés Acosta.
Nota publicada en la Revista Güarnin N° 70 Julio 2011

rocamboleNuestro objetivo era “tocar” al rocanrol. Pero no tocar con guitarras o notas. La cosa era sentirlo con la yema de los dedos. Todo comenzó, o esa parte –la más mágica de todas- con una pregunta inocente pero necesaria: “¿Dónde te guardás todas esas pequeñas cosas que aparecen en tus exposiciones?”. Así fue que el mago sacó de la galera aquellos múltiples retazos de historia. Cada uno sabrá con cual quedarse. A mí dejame con la sensación de sentir en la mano el trazo auténtico del óleo original de la tapa de Oktubre.

Pero antes hubo una nota – y una larga excursión a La Plata-. Una entrevista en su taller. Bah, más bien una charla. ¿O en realidad fue un repaso? Un auto repaso.

Rocambole; (artista plástico, diseñador histórico de Los Redondos, fundador de la comunidad hippie y banda de rock “La Cofradía de la flor solar” en los 60’ y actual director de la carrera de Bellas Artes de la Universidad de La Plata) insiste con el repaso cronológico de los hechos: primero Onganía y La Cofradía naciendo casi de casualidad para poder darles de comer a los pibes que llegaban desde las provincias a estudiar y se encontraban con el comedor universitario cerrado por el gobierno militar. Luego la comunidad situándolos casi como precursores locales del Mayo Francés y del verano del amor del San Francisco norteamericano. Después todo eso transformado en banda de rock: el odio a Palito Ortega como principal propulsor, los hermanos Beilinson llegando de Europa llenos de novedades, entre ellas tres torres de equipos Marshall y una caja con extraterrestres de la talla de Jimi Hendrix o Jethro Tull. Y Kubero Díaz viniendo de Nogoyá con su guitarra y la promesa de enviarle regularmente unos mangos a su familia. Y Pinchesky engrampado por la Scotland Yard con faso en el violín en pleno aeropuerto de Londres, frustrando la tan ansiada grabación con la Virgin.

Paciente y metódico, Ricardo “El Mono” Cohen sigue rememorando: la larga noche del 76, el lógico fin de La Cofradía y el exilio brasilero. Luego los tempranos 80, las fiestas clandestinas –verdaderamente clandestinas- y los Redonditos de Ricota como, otra vez, la resultante del caos artístico. El Indio asomando como “notable vocalista y poeta”. Laburar por la independencia y hasta un viaje a EEUU para buscar el vinilo que le negaron las compañías. Paladium por primera vez y un show en La Plata apunto de la catástrofe, como pistas de una masividad tan cercana como el presente.

Ahí sí, empezaron las preguntas:

¿Cómo fue ver tus obras multiplicadas no solo en las remeras o en las banderas, sino también en las calles o hasta en tatuajes?

Con el tiempo te acostumbrás, pero al principio era muy emocionante. Veía a los pibes que venían con las banderas y hacían una escenografía todavía más espectacular que la que yo hacía en el escenario –por que en eso me superaban- y por su puesto me emocionaba. Pero ya verlo tatuado me impresionaba, porque yo no me tatuaría nada, ni algo mío ni de otro.

Ese nivel de popularidad para un artista plástico fue algo también bastante novedoso que trajo el fenómeno de Los Redondos.

Pasa que el perfil del artista plástico es más bajo que el del músico. El músico tiene que ver más con la imagen que te dan las tablas. Hasta a veces tiene que tener un aspecto físico determinado, que tenga que ver con lo estético. Yo tomé relevancia por venir del arte plástico. Yo no dudé en firmar las tapas que hacía, como cualquier obra. En general nunca vas a encontrar una firma de un diseñador, con suerte aparece en los créditos, cuando no aparece solo la agencia. La firma le dio a la gente un “alguien” atrás de las imágenes. Había un ser vivo detrás de la producción.

Tu caso es un verdadero hecho de lo que llaman arte popular.

Yo de chico soñaba ver en el kiosco en tapa de una revista de historietas con un dibujo mío. Y, bueno, por un camino zigzagueante llegué a algo así: ver una batea de discos y poder decir “ese lo hice yo”.

¿Tus objetivos no tenían nada que ver con la clásica aspiración de exponer en una galería?

Pasa que por un lado, como diseñador, me ven más relacionado con las artes plásticas y como artista plástico soy más un diseñador. Esa es una frontera por la que camino. Por ejemplo, si llegás a conseguir un libro sobre las artes plásticas en La Plata de los últimos treinta años, yo ni figuro. Y los diseñadores me consideran poco profesional. Pero está bueno esto, es como que inauguro un nuevo espacio, que tiene que ver con la imagen que se consume. Mi equivalente de la música sería la cumbia, entre la música clásica y el rock.

¿Y como procesás tu actual rol como parte de la institución en la Universidad y aquella idea de lo alternativo?

Eso suele pasar. Lo que hoy consideramos basura, es probable que mañana sea arte. Los tiempos cambian. La gente que hoy está en las universidades son los de mi generación, incluso más jóvenes. Es lógico que ahora tenga más lugar, antes hubiera sido inaudito. Hoy te encontrás con que Aníbal Fernández era plomo de Vox Dei y hoy es ministro de la Nación. Yo me encuentro con él y puedo hablar de igual a igual. Además, hay que decirlo, estamos viviendo una época interesante de apertura. Quizás con otro signo político sería diferente.

¿Qué diferencias ves entre aquellos estudiantes de los 60 que formaron La Cofradía con los de hoy?

Yo no veo diferencias en los grandes aspectos. Siempre estuvo la maestra o el profesor y cuatro o cinco chicos que la escuchaban ahí adelante. Después, atrás en el rincón derecho, la banda que hinchaba y boicoteaba la clase; y a la izquierda las chicas que pegaban figuritas con su brillantina. Ya en el secundario, esas chicas pasaron a hablar de sus primeros noviazgos. Hoy se podría decir que la cosa es más o menos igual, puede ser que la bandita de la izquierda, la de las chicas, hoy tenga alguna aspiración más que solo casarse. Pero la del fondo, que hoy los tengo en primer año, y les llamo “la banda de los cerveceros”, ya que están más preocupados por salir y vivir la noche platense, siguen ahí. Y los otros, los cuatro o cinco tipos que están preocupados, que por ahí alguno milita, que te hacen preguntas que a veces cuestan responder, también siguen ahí adelante, en el mismo lugar. Yo creo que en general la sociedad se compone así. La gente que está inquieta no es la mayoría. La mayoría es la de las publicidades y la minoría directamente no sale en la TV. Entonces, el ideal del educador, debe ser ampliar la franja de aquellos cuatro o cinco. No ampliarla solo en el sentido ideológico, sino para que se hagan preguntas. Para que se pregunten para qué diablos viven. Y que después puedan elegir.

¿Y de lo que ves hoy hay algo que te atraiga?

Yo ahora estoy muy inquieto con el arte callejero, ahí están pasando cosas fascinantes. Dentro del arte contemporáneo yo no veo cosas demasiado interesantes. Se hace más o menos lo mismo desde hace ochenta años. Desde que Marcel Duchamp puso un urinal, es todo lo mismo. Algunas más felices, otras menos. La mayoría son cosas más ingeniosas que intensas. Yo voy a las ferias tipo Arte BA, pero me interesan más otras cosas como Banksy ¡Esos tipos casi hacen animación en las paredes! Voy a las muestras del Malba, del Recolta o del MoMA en Nueva York y no veo cosas tan interesantes. Veo un tierrita con alguna cosa tirada que le ponen un cartelito que dice “memoria” y listo. O veo que pasan imágenes en las paredes y digo: “ah, si. Como en el Di Tella en el 67”.

¿Te gusta algo que tenga una carga especial?

Si, o más bien que esté saliendo. A mi me pasa eso, el arte que está comenzando siempre tiene una fuerza impresionante. Por ejemplo el rock nacional hoy por supuesto que no tiene la misma fuerza que en sus comienzos. Yo espero que esté por pasar algo. Por ejemplo del último Cosquín Rock lo único que rescaté fue a Calle 13. Porque fijate que de todos los de acá, ninguno tenía menos de 50 años. El único menor era este chico. Que, no abro juicio sobre eso de “lucho contra el sistema dentro del sistema”, pero que desde lo estético y musical era interesantísimo.

Algunos dicen que hace arte político ¿Se lo podría catalogar así?

Mirá, político es todo. Y que no haga arte político también es político. Exponer en tal lugar también lo puede ser. Pero yo no creo que se pueda hacer un arte para producir las condiciones para la revolución. Yo no creo que si pinto un chico pobre desangrado en la calle en un gran cuadro va a venir una señora y va a decir “uy, hay chicos pobres, vamos a hacer algo”. El que pinta algo así está haciendo paisajismo político, es lo mismo que pintar un florero. No por pintar un puño vas a hacer política. Depende de la actitud, de en donde lo pintes. Carpani, ese sí era político, porque pintaba en los carteles de la CGT de los Argentinos.

Una manera de cambiar el mundo no tiene tanto que ver con el contenido sino también con la calidad.

Actitud. Hacer una obra con calidad ya es totalmente revolucionario. Por ejemplo Los Redondos lo más revolucionario que dejaron, no tiene que ver ni con las letras, ni en las imágenes, ni nada. Está en que pudieron demostrar que se puede tener éxito sin tener que hacer música pelotuda. Ellos demostraron que el público no es tarado. Y que no lo es, principalmente, cierto sector más vulnerable al que le llegaron nuestras letras. Ellos pudieron entender letras que ni Mercedes Sosa entendía. Demostraron que uno puede no seguir las pautas del sistema. Ellos demostraron que si uno hace las cosas a fondo, alguien lo va a recibir.

¿Cómo surgió la colaboración con el libro de Camilo Blajakis?

Yo conocía al editor. Me mandó su material y enseguida estuve encantado. Pero antes de conocer su historia y no por su historia de detención. Si no me hubiesen gustado sus poemas, quizás hubiese colaborado, pero no con el mismo compromiso. Si sus poemas hubiesen sido pedorros, no hubiese tenido la misma pasión, el mismo interés estético. Más allá de su vida, a mi lo que me interesa es el talento. Que por su puesto, dentro de esa historia personal, todavía vale más.

¿Cómo es laburar con Skay, cambió en algo de la época de Los Redondos?

Esta bueno o hasta mejor. O sea, por más que con los Redondos tuviéramos pensamientos, vivencias y proyectos de vida similares, siempre había alguna charla o dirección sobre la obra. En cambio a Skay no le importa, él va con los ojos cerrados. Es más, la otra vez lo leí en un artículo ya exagerando, que decía: “yo no sé, si él hace el arte de tapa para mis discos o si yo no compongo para ese tipo de imágenes”.

El Indio como solista decidió encargarse él mismo del arte de sus discos ¿Qué opinión te merece el resultado?

Prefiero no hablar sobre colegas.

Bueno, te preguntaría si crees que van a volver los Redondos, pero me parece un poco pelotuda la pregunta.

Yo soy fanático como cualquier otro. Pero, al igual que Martin Luther King, yo tengo un sueño: para que queden definitivamente en la historia se deberían juntar pero para un hecho solidario. Que toda la recaudación sea para hacer un hospital o algo así. Pero que sea totalmente para esa obra que no se quede nada ningún productor ni nada.

Retomando esa imagen, yendo a EEUU con las bolsitas con el vinilo ¿Se imaginaban llegar a esto?

Y no, uno no se da cuenta cuando esta en el medio. No es que uno se da vuelta y mira para allá y sabe que en los libros va a decir “ese día Rocambole miró para ese lado”, las cosas suceden. A ustedes mismos les debe pasar con esto que están haciendo, les parece natural. Uno tenía conciencia de que estaba haciendo las cosas bien, pero el éxito no formaba parte del pensamiento. Los más sorprendidos eran los protagonistas. Me acuerdo cuando hicimos el primer Huracán, se habían llevado un televisorcito para mirar Crónica detrás de camarines, y decían: “¡Uy, mirá cuanta gente!”.

Una, dos, mil tapas y sensaciones.
El Mono Cohen camina despacio hacia una estantería de su taller. Trae consigo una gran carpeta naranja gastada y, mientras la abre, dice como un abuelo que malcría a los nietos, “para que nadie se vaya desilusionado”. Y allí están: Gulp! Una y otra vez, con fibra, con plasticola de colores, con rodillos, como aquella banda que se probaba a si misma en esos comienzos de los 80’. El Baión, el ojo idiota, primero la foto del bobote travestido con chupete y antifaz, después con la pintura alrededor, después con los nombres de las canciones recortados y pegados uno por uno en la contratapa. También Bang, Bang! Estás Liquidado: la silueta de ese sujeto del perramus dibujada aparte, un instante antes de dirigir su mirada a la pintura de Goya. El esclavo con las cadenas, tallado en un bajo relieve negro justo antes de ser un cartel callejero primero y de inmortalizarse luego en miles de tatuajes barriales o carcelarios. El palacio de invierno ardiendo en simples trazos blancos, junto a la horda de desarrapados que, con banderas rojas, unían los dos octubres de la historia. Ah! y Luzbelito a un lado durante toda la charla, sin vela y sin luz, tonto en apariencia, pero agazapado para empujarnos en cualquier traspié.