El teatro no se hace para repetir la vida,
sino para revelar lo que en la vida permanece oculto.

Antonin Artaud 


Nadie comprendió el recorte que sus fuerzas fugitivas -de despojo, de humano, de actualidad- hacían en el espacio y en el inolvidable
Tío Vania. No había que comprender. 

El director de este fenómeno casi sociológico parece haberse embarcado en la idea de llevar al espectador a preguntarse quién soy, qué hago acá y cuál es mi lugar en el mundo. La respuesta no está -obviamente- en la obra, lo brillante es conseguir la inducción a la pregunta.

Hubo un pasaje, un tiempo, donde amar era mirar a los ojos a un lobo. El viernes todos fuimos rapaces, todos fuimos lobos, todos sufrimos, todos amamos. 

Los intérpretes van silenciosa y estruendosamente tejiendo una familia roída por la enfermedad, las debilidades y los vicios. Donde todo enunciado parece pisar con la fiereza de la furia, encubierto por un sólido manto colectivo de prejuicios. 

Personajes extranjeros y agregados a la obra, interrupciones, disrupciones, cautivadoras paráfrasis, y una osada manipulación del arte lumínico y sonoro iban condecorando la sala que se extendía desde todas las puertas, a todos los asientos, a todas las paredes, incluyendo a los concurrentes de una forma tan orgánica que parecía desmedida.  

En este espectáculo, se activa el laberinto de la consciencia colectiva, hermanados por mecánicos tic-tacs los intérpretes se sintonizan continuamente, haciendo brillar a su gusto, lo que quieran; dándole relevancia en escenas completas a los susurros, los reflectores, o intervenciones artísticas digitales que nadie -pero nadie- esperaba ver en Tío Vania

Personajes fundados y delimitados por sus vocaciones, doblegados por la vasta etiqueta que empuñan, esclavos en identidad de sus propias profesiones. El bosque disperso es también una propuesta de retorno a protagonizar la remembranza de los viejos pálpitos, los primitivos; el amor, el miedo, la naturaleza. 

La multitudinaria familia acciona como la propia naturaleza que proclama; devastada, incontenible, salvaje, y olvidada. 

Una alabanza al modo de pensamiento autogestivo; a la universidad pública, a los profesionales que funda: capaces de sonreir frente a la encandilación reflectora, pero también de romperse las manos, de tocar el piano, de filmar, de anunciar el ingreso, de levantar un soporte, de ubicar a la gente en los asientos, de abrir las puertas, de hacer escenografía, y de sostener la propia luz que ilumina al propio intérprete. 

Un aullido que pretende despertar: en este mundo, no es escuchado el que no quiere.

 

Próximas funciones: 29 de agosto y 5 de septiembre, 19hs y 21hs.
En el Departamento de Artes Dramáticas de la UNA (French 3614, CABA).

Tiziana Crimi
@_elastillero_