[Por Juan Ricci*] Hay que cambiar el aire. El aire que respiramos está enrarecido. Han logrado transferirnos su atmosfera, y ahora vivimos como nuestra toda esa náusea. Hay que crear un aire que haga respirable otra manera de ver el mundo, otra manera de habitarlo. Un aire que nos reencuentre. Un aire creador de otro espacio.  Y también de otro tiempo.

Esto pensaba el otro día mientras el dólar subía de 35 a 41, cuando por esas cosas del destino al pasar frente a la tele me atrapó una escena: una científica del achicado CONICET explicaba la existencia de las “piedras vivas” o estromatolitos, aparecidos hace ya más de 3500 millones de años; pequeños seres responsables de la vida sobre la tierra.

Los estromatolitos son colonias de seres unicelulares que se pegan a un sustrato calizo, y allí viven se reproducen y mueren cíclicamente. Los más viejos se van fosilizando y sobre ellos se instalan los nuevos, de modo que forman capas o estratos, con forma de piedra cuya periferia está viva, respira. Es decir, toman el anhídrido, lo modifican y devuelven oxigeno puro a la atmosfera.

Hace 3500 millones de años era la única forma de vida existente, y eran tantos, dice la ciencia, que se les atribuye el haber sido responsables del cambio de aire sobre la tierra. Constructores de la atmosfera, crearon las condiciones para que prolifere la vida. Actualmente se los encuentra en Australia, Canadá, Francia, y también en el norte argentino, en forma de láminas, de rocas, o de domos y con más de 500 millones de años de existencia.

¡Y siguen respirando! La palabra “estrato” viene del griego, pero se vincula también con la palabra latina “struer”, que significa edificar, de donde derivan las palabras construir o destruir. Y Litio, piedra.

El canal Encuentro pasa a otra cosa, pero yo he quedado petrificado, valga la coincidencia. Y hasta emocionado con la sencillez de esos insignificantes seres unicelulares que han cambiado el mundo. No pretendieron el Hombre Nuevo. Se limitaron a generar las condiciones para la vida, nada más. Aceptaron y se pusieron a trabajar por un mundo distinto, pleno de oxígeno, sin discursos, sin lecciones, sin explicaciones, sin juicios. Como si se hubieran puesto de acuerdo en una premisa vital: solo generemos las condiciones, y confiemos. Y se reservaron para sí una apariencia de piedra. Ellos, los hacedores de la vida, eligieron para sí la humilde forma de lo inerte.

Y mi moderno y enfriado corazón que conserva sin embargo todavía algo de místico, me hace pensar en estas claves encerradas en el misterio de la vida, me ilusiona con una pista para encontrarle una vuelta a este desconcierto. Mi desconcierto se llama Macri o Bolsonaro, y también “Gabi el verdulero” que piensa que en este país nadie quiere trabajar, o esa señora humilde de mi barrio que dice que “ella se banca todos los aumentos con tal de que no vuelva la yegua”. Pero no solo eso; también vivo entre compañerxs rivalidades “ideológicas” que en realidad son grandes inseguridades, guerra de axiomas irreductibles y con una dosis de esa misma ira; todo muy parecido al miedo. Alcanzo a darme cuenta del pantano en que vivimos. Aguas estancadas con emergencias nauseabundas. No hay más que poner un poquito de atención para percibir la violencia naturalizada en nuestros vínculos “normales”. Violencia disimulada con hipocresía para no encarar de frente nuestro desánimo ante la Vida.

Desde un polo de la contradicción descargamos sobre el otro y con supina inconsciencia todos los residuos acumulados de nuestra propia frustración. Y a aquel que no coincide o se escurre a la manipulación, pasamos a denostarlo como la peor de las lacras sociales, no importa que sea el vecino o mi hermano. ¿No es ésta la mejor manera de crear monstruos?. ¡Y le vamos a llamar ideología, militancia… ¡amor!. Grande artesanía de la crueldad. Pero todo será hecho como si no nos diéramos cuenta. Confundidos por la trascendencia dominante y el individualismo nos subimos al mismo carro de los que dominan el mundo como si fuera la única salida…

Sin embargo no nos da para caracterizarnos de malos. Y en verdad no lo somos, somos en realidad ingenuos productos en manos de una cultura que ahora es de mercado. Somos objeto de la gigante manipulación de la “marioneta universal”. Solo desde la ignorancia podríamos producir como natural el mismo anhídrido que nos ahoga.

Pero no dejamos de asombramos con la aparición de eso que colaboramos en producir. Llámese como se llame. Mientras tanto nuestro aire se torna irrespirable porque tiene muy poquito oxigeno, el necesario para hacernos creer que vivimos. El alma nos pide sinceridad y aceptación pero no la oímos. A veces nos grita. Pero la sordera es colectiva… la enfermedad es social. Este no es un mundo para el alma…

Hacemos la guerra, levantamos trincheras, decimos verdades irreconciliables entre nosotros, nos valemos del juicio y nos enorgullecemos de nuestra claridad ideológica, nos salvamos. Somos muy buenos para las fórmulas, los números y el cálculo. Por donde pasamos dejamos todo partido. En el fondo del corazón sabemos muy bien lo que estamos haciendo; pero lo tapamos. Y desde esa perversa y cultural ignorancia, somos crueles. Hará falta mucho coraje y voluntad de vivir para desmontar todo ese andamiaje perverso.

O que el cuerpo, sabio cuerpo que tenemos, personal y social, nos declare su sinceridad por algún lado, rompa con esa adicción, nos reconcilie con la multiplicidad humana y la naturaleza y nos empuje a dar vía libre a la salud, que siempre es salud del alma.

De todos modos, la Vida que es sabia y es Una -y se afirma- nos lo va a seguir gritando de mil formas, no hay más que decidirse a escuchar. Hasta las piedras lo vienen diciendo…

 

*Miembro de la Federación de Mutuales del Oeste del Gran Buenos Aires