“Y cuando el viejo llegue, él va a estar a su lado. Y ahí sí. Todos lo van a saber. El viejo está ahí porque lo liquidó a Aramburu. Se ensució las manos. Le ahorró eso al pueblo peronista. Dejen, esto lo hago yo. Meto las manos en la mierda por ustedes […]. Aquí tienen el resultado. Perón está en la patria” (Timote. Secuestro y muerte del general Aramburu P. 19)

Fue antes del conflicto con el campo, en uno de los tantos encuentros en Casa Rosada, cuando Feinmann conversó con Néstor Kirchner sobre la necesidad de no adscribirse al peronismo. “El peronismo es una cueva de escorpiones. Te matan y te dicen: ‘Perdoname, es mi naturaleza’” (El Flaco, Diálogos irreverentes con Néstor Kirchner). En un contexto de asambleas barriales y descontento político postcrisis 2001, Feinmann le sugirió a Kirchner que había que hacer un nuevo partido que se alejara del viejo aparato peronista ya cosificado. En una propuesta por modernizar la forma de hacer política y frente a un escaso 22% que había llevado a Kirchner al gobierno en  2003, habló de un partido de centroizquierda que aglutinara a distintos sectores. “Ese era mi planteo. En realidad yo no te digo que me haya hecho caso, pero me dio bastante bola. Surgió lo de la transversalidad”. Con la existencia del aparato, la transversalidad fracasó. Néstor me dijo, ‘si yo no lo saco a Duhalde, Duhalde me saca a mí. Yo le decía, ‘si vos lo sacás a Duhalde te ponés en el lugar de Duhalde y vas a ser Duhalde’. Y Néstor contestaba ‘no me queda otra. Yo me tengo que meter en la mierda hasta los codos’”. Feinmann no compartía esa forma de hacer política, en parte por su experiencia en la Juventud Peronista Universitaria. “Con Perón traté de tragarme el sapo todos los días, de aguantarme las cosas del viejo. ‘Uh el viejo dijo  que nos iba a matar a todos, supongamos ¿no? ¿Y qué habrá querido decir? (risas)… No sé, pero debe ser otra genialidad del viejo. Y nadie se daba cuenta de lo que estaba pasando. Perón había venido a hacer el plan sucio de los militares, pero nosotros que éramos de izquierda, aunque no estuviéramos en Montoneros, queríamos interpretar todo lo del viejo para el lado izquierdo”. Aprovecha y dispara: “Firmenich y Quieto estaba colgando de sus horcas, muriendo ya. Quieto le dice a Firmenich: ‘Che, ¿esto qué es?’, ‘No te preocupes, debe ser otra genialidad del viejo’”.

Cuestiona a Perón y le dice a Kirchner lo que debe hacer.  Un irreverente. José Pablo es consecuente con la de idea de que “un intelectual es un tipo que trata de entender el mundo, como lo dijo Marx, y de transformarlo, dentro de las posibilidades que haya. Ahora tratar de transformarlo en base a una teoría que te dice que para cambiar el mundo hay que instaurar un nuevo régimen, ese no es un intelectual, es un desubicado. Y la tendencia de muchos intelectuales es dejarse derrotar por la teoría y  quererla aplicar a la realidad”. Desde acá, otra irreverencia, cuestiona el papel de la izquierda en la historia argentina.  “Creen que lo que leen en los libros de Marx o de Trosky se pueden realizar. Hacen siempre una incorrecta evaluación de la correlación de fuerza. Por ejemplo Santucho ataca Monte Chingolo a fines de diciembre de 1973. En lugar de preguntarse ante todo, ¿tenemos las fuerzas suficientes para atacar la guarnición de Monte Chingolo?”.

Va y viene, recorre la casa. Del estudio, al comedor y se pierde entre los libros apilados sobre el piso. Imponente, detrás de él, se monta una biblioteca desbordante. Ubica cada libro. Toma uno. Lee citas, una para cada idea. Me muestra La filosofía y el barro de la historia. “Mirá, me dice, este es un libro mío, es el que uso para escribir… Tenés que leer ese libro para formarte nena”. Sigue con los intelectuales, rezonga, da rodeos y finalmente, sin querer – “cada cosa que digo sale una tarambana en internet  a insultarme”, dice-  menciona al modelo. “Enfrente hay un gobierno que  no hizo la reforma agraria, que no rompió relaciones con los EE.UU, ni a la cuarta flota que anda por aquí, que no echó a todos los agentes de la CIA que están en la triple frontera y que firmó la ley antiterroristas, son temas que habría que discutir. Esos temas. Pero discutir qué modelo vamos a aplicar, lo único que se puede aplicar en este momento es el modelo capitalista”. Se ríe. “¡Capitalismo hasta el tuétano! Qué otra cosa podría ser a 20 años de la caída del socialismo”. La otra, el poder norteamericano y la insistencia de EE. UU de declarar guerras preventivas e intervenir donde crean necesario. “¡Si a mí me enamorara el sistema capitalista!, esta basura histórica en la que estamos viviendo que es de una inhumanidad espantosa. Hay que esperar que fracase”.

“Fernando no quiere vivir bajo el peso de la mirada de Dios. No quiere que Dios juzgue sus actos, los acepte o los condene. […] Y no cree que Dios deba tomarse ese trabajo ni que él lo merezca.” (Timote. P 68)

¿Vos leíste el Corán?”, me pregunta. Se estira en su silla y me señala con el brazo, “Mirá – dice- yo estoy lleno de biblias. Tengo la Biblia de Jerusalén junto al Corán”. José Pablo no niega la existencia de Dios, – “yo no me puedo explicar cómo funciona esto (señala el aire acondicionado), cómo voy  a poder explicar la existencia de Dios”-, pero tampoco cree que aquel esté mirando todo lo que pasa en la Tierra. Lo que sí es una certeza, afirma, es el papel que está jugando la religión en este siglo. Sobre todo desde que Bush dijo que Dios no es neutral. “¿Sabés lo que quiere decir eso? Que Dios no quiere a todas sus criaturas por igual, quiere más a los norteamericanos por eso está con ellos”. Nuevo atrevimiento, la parcialidad política del Creador. “¿Qué es lo que dice Ahmadinejad? Alá es uno, su profeta es Mahoma y nosotros somos sus elegidos. ¿Qué es lo que dicen los judíos? Somos el pueblo elegido, somos el pueblo que ha sufrido y como ha sufrido tanto tenemos el derecho de hacer sufrir. Aquí es donde el holocausto, esa cosa espantosa, sirve como escusa para matar”. Se disculpa, sabe que la DAIA le va a caer encima por lo que acaba de decir. Pero ya lo dijo, y también dijo que es en el campo irracional de la religión, en el de Dios, donde todo se justifica. Así, termina hablando del  fundamentalismo y su entusiasmo por la destrucción. “¿No tiene un programa de superación del capitalismo como tenía el viejo Marx? No, no lo tenemos. O si, el Corán, Alá, Mahoma, rezar seis veces por día mirando la meca, le sacamos el clítoris a las mujeres, las hacemos vestir de negro y las sometemos a los hombres. En fin, todas esas cosas que hace esa civilización tan atractiva”. Vuelve a Dios, a su esencia, a su justificación de Ser y ahora, dice que en Dios está el mal. “Es mejor para Dios que él no exista, porque si existe es Satanás. Después de Auschwitz, los mejores teólogos consideraron que había en Dios una gran parte del mal. Fue un gran avance porque se lo sacó de Satanás, que era donde se ponía el mal. El mal estaba en Dios porque Dios tendría que haber visto todo”.

“Hay una película – le digo – Juicio a Dios…”. Se reclina y abre los ojos. Se lo ve distendido. Me pregunta quién es el Director. Yo no lo recuerdo. Él tampoco. Piensa unos instantes, vacila. “No importa”, concluye y se mete de lleno en la trama. “Es muy buena esa película y muy pesimista. Terminan diciendo que Dios no existe”. La escena transcurre Auschwitz donde un grupo de judíos deciden enjuiciar a Dios. “Y hay algo fantástico que dicen los judíos. ‘Nunca nos quejamos porque Dios abría el mar para nosotros y cuando venían los egipcios lo cerraba y morían ahogados. ¿Nunca nos preguntamos si los egipcios eran también hijos de Dios? Nos vanagloriamos por la ayuda que Dios nos daba. Bueno, ahora nos tocó a nosotros. Ahora Dios no está con nosotros, por eso estamos en este campo de concentración. Dios no puede hacer estas cosas, entonces no puede existir.

Nuevamente al tema de las biblias, esta vez a la de Jerusalén, la que tiene al lado del Corán. Señala un pasaje en el que Job habla cara a cara con Dios y le pregunta por qué tiene que sufrir tanto. “Se trataba de un Dios al que se podía hablar. Uno puede rezarle a Dios y no saber a quién le reza. De hecho, hace 2000 años, si nos atenemos a la religión cristiana y si creemos que Jesús era el hijo de Dios, que Dios no aparece”. Habla de Dios, de Discépolo y de su genialidad: “Hay un tango de Discépolo que dice ‘Donde estaba Dios cuando te fuiste’, para terminar afirmando que la fe es una tiranía psicológica, una necesidad humana. Alza un poco la voz y dice “lo que no es una necesidad es que el Vaticano sea un lugar de tesoros, que el Papa lleve encima una fortuna sólo en su atuendo habiendo tanto hambre en el mundo, que vaya a África y diga que no usen preservativo cuando el SIDA está arrasando ese continente. Este Papa –por José Ratzinger- es un desastre, es uno de los peores. Y eso que su padre murió en Auschwitz… Se cayó en una de las torres de vigilancia (carcajadas)”.

 “¿Qué otra cosa esperaban engendrar? ¿Jóvenes obedientes, que esperaban sumisos sus arbitrariedades, sus desdenes? No hay jóvenes así. Un hombre es joven cuando sabe ponerse del lado de la injusticia […]. Si los humillados no se rebelan, habrá siempre jóvenes de corazón puro que lo harán por ellos, indicando el camino, asumiendo la vanguardia. A joderse, general. Llegó la hora de pagar la cuenta.” (Timote P. 102)

Cuando llegamos a su casa, esperamos a José Pablo Feinmann en el estudio, su lugar de trabajo. Sentados sobre la cama, al costado de un aire acondicionado portátil ubicado muy incómodamente en la habitación –luego nos dirá que lo corramos un poco, que disculpemos el desorden-. Enfrente de nosotros una mesa, libros, veladores, la computadora y unos auriculares caídos. Majestuosa, la biblioteca.  Oímos pasos. Arrastrando los pies, ingresa Feinmann. Nos mira y sonríe. “¡Qué jovencitos!”, nos saluda. Más adelante, nos preguntará la edad.

Después del episodio con el diario La Nación, en el que José Pablo fue descontextualizado por donde se lo mire para terminar diciendo, en negrita y en el titular, que “es muy incómodo adherir al gobierno de dos multimillonarios que te hablan del hambre”, prefiere no mencionar al Gobierno nacional. Seguramente sabe que es una pregunta casi de rutina, y la misma no tarda en llegar. “Si critico al gobierno mañana salen con este título… “Hasta Feinmann lo dice”, se queja. Le hablamos de Mariano Ferreyra y lo llevamos al pasaje de “El Flaco” en el que dice que el asesinato del militante aceleró la muerte de Néstor Kirchner.  “Y por eso tengo que aguantarme a los pibes del PO que se me acercan cuando estoy comiendo y me dicen que estoy pagado por el gobierno. ¡Qué ganas de amargarme la cena! Son chicos, que sé yo”, responde. Cierra el tema y abre otro: los jóvenes. “Hay buena juventud”, dice, “está mi hija quien trabaja en el Centro Cultural Haroldo Conti y hacen cosas piolas”, y cree “interesante” el nucleamiento que se está produciendo en la Cámpora y el Movimiento Evita. “Después está el rock que es el fin de todo. Es el fin de la música, el fin de la militancia. Los jóvenes se reúnen donde escuchan rock, saltan durante cuatro horas, levantan los deditos así y hay un tipo en el escenario que usa la guitarra baja para mostrar que se está rascando la pelvis. La guitarra antes se tocaba acá –se pone las manos por encima de la panza-, pero ahora se toca abajo. Me rasco los huevos mientras toco la guitarra, dice el tipo. Y todos se erotizan. Creo que como música no vale nada. El rock murió con los Beatles. Algo más habrá venido. Si quieren acá el Flaco Spinetta, pero no más”. Los Rolling lo tienen “podrido” y Madonna tiene cierta calidad en el espectáculo, “las otras no”, sentencia.

Ya habló de Dios, de Discépolo y su genialidad. “Este país hizo el tango, es increíble”. Afirma que sabe muchísimo del género rioplatense, pero que no lo sabe bailar. “Voy a empezar a aprender. En lugar de bajar de peso en el gimnasio de acá la vuelta, voy a ir con mi mujer a bailar tango”. José Pablo se maravilla al mencionar a Discépolo, Manzi y Cadicamo. “Fijate, vos agarrás un tango de Discépolo y está todo ahí. No hay que buscar nada”. En Radio Continental, Feinmann transita la madrugada de domingo y lunes en “La Creación de lo posible”, donde aborda la historia de la literatura argentina. “Como soy loco, doy Discépolo, como gran poeta Argentino”. Dice “doy”, sin perder la maña docente. “En la academia ni lo ven a Discépolo, no vaya a ser que se contaminen con algo populista y peronista”.

Canta Discépolo, y Feinmann, cómodo y hechizado, parafrasea los versos de Que vachaché: “El verdadero amor se ahogó en la sopa, no hay verdad que se resista frente a dos mangos de moneda nacional”.

 

*Nota publicada en la Revista Güarnin! – año 2012